Tras la India llegó Nepal, aunque más bien fue al revés. En aquel entonces había otro coronavirus por el mundo, la famosa gripe aviar y Katmandú nos recibió con un militar sosteniendo un termómetro en su mano… Comprobado nuestro estado de salud, recogimos las mochilas, tomamos una furgoneta y pusimos rumbo a lo desconocido.

Hace años, cuando viajabas en plan mochilero, la gente se pensaba que era un viaje de autoconocimiento y había unos cuantos eslóganes populares que te decían una y otra vez. Algunos de los más socorridos eran «va a cambiar tu vida» o «te conocerás mejor a ti mismo». Lo cierto es que a mi no me la cambió, ni me conocí mejor a mi mismo, al menos tal como se suponía que iba a ser. El sistema está montando de tal forma, que o tienes las cosas muy claras (yo únicamente las tengo en un par de cosas) o cuando vuelves te reconduce con relativa facilidad a tu mundo rutinario y en esto, nuestro cerebro juega un importante papel.
Recuerdo que me habían mencionado tantas veces que este viaje iba a suponer «un antes y un después» en mi vida, que hasta me sentí con la obligación de que así fuera durante un tiempo. Un tiempo corto, pero tiempo al fin y al cabo. Lo que si es cierto, lo que comprendí en esos días, es que la percepción del día a día se diluyó de tal forma, que me di cuenta de que mientras viajaba estaba inmerso totalmente en la vida.

Nepal nos recibió de manera humilde, y prácticamente en silencio, nada que ver con el ajetreo que vivimos los primeros días en la India. Conforme salíamos del aeropuerto nos dimos cuenta de que estábamos en un país pobre, muy pobre. Pronto comenzamos a ver las carencias de las personas en cosas tan fundamentales como la comida, la higiene, la asistencia sanitaria o la educación básica, no entendiendo la relativa calma que se apreciaba en su gente. Con el tiempo, te das cuenta que dicha calma no lo es tanto, y que aunque no llegamos a vislumbrar más allá de la primera línea, nos encontrábamos en un país con gran agitación social.
Y sin embargo, y a pesar de la miseria que los rodeaba, las personas te reciben en su gran mayoría con los brazos abiertos, de manera amable, dispuesta a ayudar y a ofrecerte lo poco que tienen, lo que contrastaba con mi actitud desconfiada de tal trato y que desde la perspectiva que te da el tiempo, te hace ver que uno tenia más complejos y prejuicios de los que creía, y que formaba parte, de lo que Eduardo Galeano llamaba la cultura del envase que desprecia el contenido. Entender lo que es correcto o no, es sencillo, ponerlo a la práctica ya no tanto.


A lo largo del viaje por Nepal, una de las paradas que realizamos fue en la rural y pequeña población de Bandipur. Al llegar recorrimos la calle principal, miramos un par de casas que alojaban a visitantes y nos decantamos por una de interminables escaleras de madera, cuyos peldaños crujían a cada paso que dábamos. El baño, que consistía en un agujero, se encontraba en un cuarto de madera sin luz en el patio de la casa, con una enorme araña en lo alto. Bajar por la noche desde el altillo al patio, a oscuras y sin saber que te podrías encontrar en aquel cuarto, era toda una odisea y sin embargo, el simple hecho de tener un agujero al que ir, era todo un lujo.
Una tarde, después de cenar, decidimos dar una vuelta por los alrededores, nos alejamos un poco del pueblo y nos dimos de bruces con una casa de no mas 10 m2, eran 4 paredes sin ninguna habitación. Se llegaba a vislumbrar una chimenea/cocina a través de la puerta medio abierta y la familia, se encontraba fuera, en el porche, esperando que llegara la hora de dormir para entrar en aquella pequeña vivienda. Todavía hoy recuerdo la sensación que sentí de ver a aquella familia y aquella casa.
En aquel pueblo y en tan solo un par de días, me di cuenta de lo afortunado que era y al mismo tiempo, de la gran desigualdad social de nuestro mundo, mientras el sistema en el que vivimos, utiliza los medios de comunicación para tratar de desinformarnos y convencernos, de que estamos en el mejor de los mundos posibles, asegurándose el control de la sociedad.
Siempre nos gustaba echar un vistazo por los alrededores de las aldeas. En una ocasión, tras comer, pensamos que era una buena idea salir a «explorar» la jungla que rodeaba las 4 casas de nuestro poblado. Recuerdo como partíamos valientes, confiados y como tras 15 minutos caminando por un sendero, comenzamos a escuchar ruidos extraños, ruidos que no sabíamos reconocer… tras unos minutos de falsa determinación, nos volvimos sobre nuestros pasos. Al salir de la senda, tras parar a descansar, apareció de la frondosidad de la jungla, con toda la tranquilidad del mundo, un pastor con su rebaño de cabras. Tanto tiempo perdido en aprender a proyectar una imagen positiva, confiada y en un segundo te das cuenta de que el envoltorio es bonito, pero frágil y efímero.


Con el Himalaya de fondo, nos hospedamos unos cuantos días en la ciudad de Pokahra, conocida por ser la puerta de entrada al circuito del Annapurna. Allí vivimos una protesta callejera y se montaron piquetes. La carretera principal se lleno de barricadas. Los ánimos parecían crispados, pero todo discurrió sin mayores incidentes. Esa mañana nos metimos en un café illy, nos abrieron, cerraron la persiana y nos tiramos prácticamente todo el tiempo tomando café, charlando con los empelados y ojeando la Lonely Planet para informarnos de cómo llegar a la India a través de Sonauli. Nuestros días en Nepal llegaban a su fin, resulta curioso ver como la tranquilidad con la que nos recibió, se transformó en protesta al marcharnos.
Nepal se mostró sincera y amable en todo momento… nos dio tanto en tan poco… y todo, sin esperar nada a cambio.
Quizá aquel viaje no cambio mi vida, pero si mi forma de ver las cosas.

Si te ha gustado lo que has leído continua con la serie de Nepal o India – Viaje mochilero y pásate por el post que escribí sobre las sensaciones de nuestro viaje mochilero por la India.
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